viernes, 3 de abril de 2015

Memorias de Narnia: vínculos entre lo fantástico y lo real.

No son pocas las sagas de fantasía que optan por mezclar, de alguna forma u otra, el mundo real y cotidiano en el que vivimos con el fantástico, creado ex profeso para la historia. Muchas de ellas, además (la inmensa mayoría), toman este mundo como punto de origen de sus protagonistas, y aprovechan la necesaria aclimatación del personaje principal para aclimatar junto a ellos a sus lectores.

Tal es el caso de Harry Potter, Memorias de Idhún o las Crónicas de Narnia, por citar algunas. En todas ellas el lector podrá identificarse con los protagonistas porque, como ellos, vive en un mundo ajeno a la magia, dragones, brujas, reinos encantados o lugares misteriosos. Y precisamente este último elemento, el misterio, es lo que nos arrastra a leer este tipo de historias, pues sin él todas esas criaturas mágicas, nombres inventados y personajes imposibles carecerían del menor atractivo.

A nadie le importan los avatares del señor de Rohan o el destino de Narnia por sí mismos, sino por lo que representan y lo que nos evocan; es lo que consiguen sacar de nosotros, más que lo que nos dan. El viaje siempre es el mismo: de una existencia monótona y vulgar, el lector/protagonista es llevado a un sinfín de aventuras a través de mundos y circunstancias extrañas llenas de misterios y peligros ocultos. Entonces, siempre a través del propio viaje, ese mundo desconocido pasa a sernos familiar y los misterios nos son desvelados, solo para poder alcanzar la maestría con tal poder mágico o controlar cual poderoso artefacto, terminando la aventura en un mundo conocido y con unas reglas que ya no nos son extrañas, por muy nuevas que sean; porque el final siempre nos lleva al mismo lugar de partida, pero hemos sido nosotros (los protagonistas) los que hemos cambiado, y por eso lo vemos todo de distinta forma.

Esta es la razón por la que Frodo, pese a volver a la Comarca, no pudo quedarse, y Sam no fue el mismo, pese a poder hacerlo. Todos habían cambiado, habían crecido por el hecho de haber atravesado los avatares a los que se enfrentaron y por superar lo que, en un principio, les parecía inalcanzable. Habían crecido, habían madurado, y el camino sirvió para hacerles mejores hobbits, y a los lectores mejores personas.

La razón por la que recordamos todas esas historias después de haberlas leído es porque no solo las leímos, sino que, en cierto sentido, las vivimos. Las hicimos nuestras, como si de una experiencia real se tratara, y de ellas salió una versión de nosotros mismos algo mejor que la que entró en un principio. Y no importa que no hayamos salido de nuestra habitación, porque nuestro espíritu realmente sintió que había luchado contra el terrible Voldemort o defendido con éxito el Abismo de Helm, sin importar que tales sitios y personajes nunca hayan existido. De la misma forma, poco importa que los secretos o poderes descubiertos durante el camino sean falsos, pues era el hecho de llegar a ellos lo que nos empujaba.

Que nadie diga que estas historias no sirven más que para perder el tiempo. Nada hay más falso que eso. Como en todo, las hay mejores y peores, más conocidas o menos, pero todas ellas, como obras literarias, trascienden el papel sobre el que están escritas y se convierten en el poderoso y misterioso objeto fantástico que nos arrancará de nuestro monótono día a día, nos llevará a lugares increíbles solo para traernos de vuelva poco después, a la misma realidad de antes. Un poco más virtuosos, un poco más sabios.

1 comentario :

  1. Es un buen análisis de todo lo que nos aporta una buena hisoria escrita en un libro¡

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